viernes, 24 de junio de 2011

Llueve sobre mojado

Comenzar el domingo bien temprano y empezar a viajar camino a Cape Ringa, el extremo norte del país. Atravesar la “90 miles beach” (playa de las 90 millas), a continuación visitar una gran superficie de gigantescas dunas y finalmente terminar en El Faro allá, donde se unen el mar de Tasmania con el océano Pacifico. Todo esto hubiese sido posible, si ese mismo domingo a primer hora de la mañana, no se hubiese cagado el auto.

El Gremlin, durante estos dos meses ha demostrado ser un excelente auto. Aunque medio jugadito de chapa, tiene muy buena mecánica, el interior esta impecable y el pequeño motor es de muy bajo consumo. Solo tuvimos un inconveniente menor con las luces traseras y un problemita un poquito más grave con un ruleman de una rueda que debió ser reemplazado. Entre mano de obra y repuestos los dos arreglos nos salieron menos de 150 dólares (a dividir entre 5). Sin embargo, esa mañana se intensificó un ruido que venía de la rueda trasera y si bien el auto andaba, no quisimos mandarnos a la ruta a un viaje de 200km de ida y otros tantos de vuelta. El problema no era solo perderse la oportunidad de ese viaje, sino que al día siguiente teníamos que estar en nuestro próximo destino: una remota estancia en los alrededores de un pequeño pueblo llamado Kaiwaka; y con el auto en esas condiciones NO podíamos viajar. Desde el punto de vista económico el arreglo no se dividiría mas entre 5, ya que actualmente los únicos dueños del auto somos el Chichi y yo; y se complicaba de sobremanera conseguir un mecánico un domingo.

Pierre Bourdieu, sociólogo Frances decía (resumiendo)que el capital que una persona posee puede ser de tres tipos: cultural (los conocimientos que tenemos), económico (la plata que tenemos), y social (los contactos que tenemos). En nuestro caso, el primero claramente no nos alcanzaba para arreglar el auto. El segundo nos permitía reparar el auto de manera eficaz pero no eficiente. Y es aquí donde el tercero, nuestro capital social nos salvo del apuro. Juntando kiwis bajo la parra nos hicimos amigos (entre otras personas) de Anthony, un pibe local, que resulta ser mecánico y se mostro más que dispuesto a perderse todo un domingo soleado engrasándose las manos a cambio de una caja de birras.

El problema del auto resultó ser una esquirla metálica atorada entre las pastillas y el disco de freno. Tuvimos que comprar pastillas de freno nuevas a unos $40 dólares el par y un disco de freno. Este último, nuevo, sale unos $200 y tarda una semana en llegar. Pero por suerte, Anthony conoce al dueño de un desarmadero, donde aplastado entre un Toyota y un Nissan había un Ford Telstar 1994 igualito al nuestro, con el disco de freno intacto. Y nos lo llevamos en el acto, por $35. Una vez más, el capital social.

Nos parecía un desperdicio de día soleado quedarnos los dos sentados mirando como Anthony entre sorbo y sorbo de cerveza desarmaba el auto, así que convenimos con el Chichi que me dejaría en algún atractivo turístico de la zona, iría con Anthony a hacer el arreglo del auto y alrededor de las 5 de la tarde, cuando el sol empezara a caer, ya con el auto arreglado me iría a buscar. En el peor de los casos, si no llegaban a arreglar el auto a tiempo, me escribiría un texto para avisarme y que me vuelva a dedo.

El único atractivo turístico de los alrededores que nos faltó conocer es el milenario Puketi Forest, ubicado a unos 30km de Kerikeri, así que pasado el medio día allí fuimos.

A medida que nos acercábamos al destino, veíamos como el camino se hacía cada vez mas rustico y deshabitado, el cielo se iba nublando y el teléfono perdía señal. De cualquier manera seguimos, llegamos, me baje y convenimos que entre 5 y 5:30 en ese mismo punto nos reencontrábamos.

El Pketi Forest, es un gigantesco bosque de muy variada fauna. El atractivo principal son los milenarios árboles Kauri, parecidos a un Sequoia en tamaño y similar a una columna de capiteles Corintios en forma, tienen un tronco muy ancho y alto, que sube en línea recta casi perfecta unos 30 metros hasta un puñado de ramas en la punta que le dan una altura final superior a los 45 metros. De proporciones, textura y color fuera de lo común es una pieza interesante de este complejo rompecabezas que hace a la fauna Neozelandesa.

A pesar de ser un centro turístico, carecía considerablemente de infraestructura. La misma se limitaba a un típico cartel de esos que dicen “Usted está aquí”; a la izquierda del mismo, en un playón completamente vacío, otro cartel que anunciaba “estacionamiento” y a la derecha un pedazo de madera, tallada en forma de flecha, apuntando hacia las entrañas del bosque que decía: “recorrido a pie, 2hs de duración” .

El gramblin se perdió levantando tierra en un camino de ripio donde el último auto que habíamos cruzado había sido hacía 20 minutos. En un lugar que en temporada de verano posiblemente sea más visitado, es que me quede parado solo. Mire la flecha, el interior del bosque que se hacía denso y oscuro a corta distancia y el cielo que se había cubierto por completo de nubes grises. Respire hondo y con las primeras gotas de lluvia, entré en el bosque.

La primera hora del recorrido fue mágica. Es una selva profunda y espesa. Una compleja maraña de árboles, lianas y arbustos de todo tipo, forma y color; interrumpida aquí y allá por esas gigantescas columnas, muchas de las cuales cuentan su nacimiento en años Antes de Cristo. Una feroz y silenciosa eterna batalla por alcanzar la luz del sol, por vivir, por evolucionar. Yo caminaba en el medio de este caos estático, por lugares donde el sol nunca llega, donde pequeños arroyos corren gélidos por la tierra húmeda. En la piel el frío y la humedad, en la vista verdes y marrones mutando a tonalidades más y más oscuras a medida que atardecía, en el olfato la tierra mojada y en los oídos esa lluvia fina intensificada sobre el techo de ramas, como el caminar de un ejército de hormigas.

La segunda hora ya hacía un frío de cagarse, la lluvia no daba tregua, y ya empapado no paraba de pisar charcos en un camino donde apenas podía distinguir unos metros adelante mío. Finalmente llegué al mismo desolado paraje donde había comenzado. Ya eran las 17 30 y el Chichi debía estar por llegar. Mire el celular y tenía cero señal . Espere, espere y espere. Noche cerrada y nublada, no paraba de llover, la oscuridad ya era total, no se veía NADA, la ropa mojada, los pies y el pantalón embarrados, el teléfono sin señal y una cara de ojete importante.

Empecé a caminar en las oscuridad, siguiendo a duras penas la ruta de ripio, cuando se me ocurrió la brillante idea de subir a un alambrado y levantar el teléfono en búsqueda de esa mínima rayita de señal que me permitiera mandar la puteda al Chichi.

Con la tenue luz del celular, llegue hasta el alambrado más próximo, lo agarré para subirme y PZZZTÁ!!! patadón de un alambrado electrificado. Puteada de por medio caminé hasta el campo siguiente y esta vez en la tranquera de madera, apoyé ambas manos y me pare. Ahí estaba, en la oscuridad, mojado, haciendo equilibrio y con la mano en lo más alto cuando me llegó el mensaje: “che, lo del auto va a tardar un ratito más, ni bien esté voy para allá, ok?”

Lo importante es que eventualmente el Chichi llegó, volvimos a casa, me pegué una buena ducha de agua caliente, cenamos y a la cama. Anthony no solo arreglo la rueda de atrás, sino que además le hizo una revisión completa a todo el auto, chequeo las otras 3 ruedas, soldó una pequeña perdida de aceite del motor, y con súper pegamento tapo un agujerito que tenía el tanque de agua del radiador. Nos dijo que el auto estaba en excelentes condiciones, listo para viajar y que de querer venderlo le podíamos sacar fácil $2000; cuando pagamos por el $1200.

En la mañana del día siguiente, Lunes, el dueño de la casa vino a revisar que todo estuviese en orden y nos devolvió el depósito. Acaricie con tristeza el sillón donde tantas veces me tire a ver tele tomando una cerveza a la vuelta del laburo, caminé hasta la puerta y en la entrada de la que fue nuestra casa por un mes y medio, nos dimos un abrazo con la pareja de franceses, nos subimos al auto y escuchando la poderosa guitarra de Eric Clapton nos lanzamos a la ruta, con rumbo sur, Chichi y yo, en nuestro auto, hacia nuestro próximo destino…

No hay comentarios:

Publicar un comentario