miércoles, 6 de julio de 2011

El sendero de los espíritus

Según la antigua creencia maorí, al morir una persona, se desprende del cuerpo su espíritu. El mismo comienza un viaje desde donde halla respirado el cuerpo por última vez hasta el extremo norte de la isla. Una vez alcanzado este punto, comienza su descenso al inframundo, adentrándose en las profundas aguas del océano para luego concluir su viaje en Hawaiki, el hogar de los espíritus. Allí mismo estábamos parados, contemplando el horizonte cuando nos pareció ver el espíritu de riBer descendiendo al inframundo…

Fueron 5 horas de viaje por increíbles paisajes, en una de las regiones menos pobladas de uno de los países menos poblados del mundo. Ya había pasado más de una hora desde que habíamos dejado atrás un cartel que anunciaba “última estación de servicio del país”, cuando vimos el faro, construido allí en la punta, como un eterno símbolo del hombre blanco cegándose en los lugares sagrados de los nativos.

Invierno es la estación con la mayor cantidad de precipitaciones en este país y prácticamente todos los días llueve. No fue así el pasado jueves 30 de Junio donde el universo nos bendijo una vez más con un hermoso día soleado; sin una sola nube en el cielo desde el amanecer hasta la caída del sol.

El lugar al que llegamos es un punto sumamente elevado, donde a excepción de una pequeña porción de tierra a nuestras espaldas teníamos una vista panorámica de 320° de mar, perdiéndose en el horizonte tan lejano y basto que parecía copiar levemente la curvatura de la tierra. No es temporada turística, por lo que éramos prácticamente los únicos allí. El risco cae en una pendiente casi perpendicular hasta las aguas del mar que lo golpean incansablemente una y otra vez. En este punto es donde convergen el Océano Pacifico y el mar de Tasmania, según los parámetros occidentales. Por otro lado, la cultura Maorí cree que es donde Tapokopoko a Tawhaki (el mar masculino) se encuentra con Te Tai o Whitirela (el mar femenino) para la creación de la vida.

Uno diría que la naturaleza no conoce nombres ni limites y no tendría por qué haber ningún indicio de una “unión de mares”. Pero si la hay. A corta distancia de donde se sumerge en las aguas la última porción de tierra neozelandesa, en un mar sumamente calmo, puede verse un extraño oleaje con remolinos de espuma en varias direcciones. Justo en el punto donde se encuentran el mar femenino y el masculino. De mas esta decir que nos sacamos una fotos con los mares cogiendo de fondo.

Almorzamos y nos quedamos contemplando tan deslumbrante paisaje. Lamentablemente el sol bajaba rápido y nos quedaba un lugar más por conocer. Así que nos subimos al gremblin y volvimos por donde habíamos llegado.

Algunos kilómetros antes de llegar a “la última estación de servicio del país” hay un desvío. A los pies de un camino rustico de tierra se lee en un cartel: “Te Paki Giant Dunes”. Te Paki es una región al Oeste de Nueva Zelanda, donde concluye la “Playa de las 90 millas”. Una muy larga extensión de anchas playas sin bahías, penínsulas, acantilados, piedras ni nada que la interrumpa; que en honor a la verdad tiene 78 millas (124 km).

Llegamos a las dunas gigantes cuando el sol estaba ya bastante bajo y generaba largas sombras, incluso en las pequeñas elevaciones creadas por el viento, que daban textura a las paredes de estas enormes montañas doradas.

Caminamos. Solo caminamos. Mirando aquí y allá este pequeño desierto alejarse hasta donde la vista lo siguiese. Variando en forma y altura duna tras duna formar un gran manto irregular en el cual pueden encontrarse pequeños bosques, arroyos y lagos.
El sol termino de esconderse y el frío abrazó las montañas. Hora de subir al auto y deshacer el camino andado.

Llegamos a la casa de Julia y Chris alrededor de las 22:30hs. Amablemente nos habían ofrecido pasar la última noche allí, a pesar de no haber trabajado ese día. Estábamos extenuados pero de todos modos revisamos el correo para ver si teníamos alguna respuesta de nuestros posible próximo anfitrión de wwoofing.

Entre varias respuestas negativas que alucian como excusa ya estar alojando otros wwoofers, o no necesitar wwoofers por la disminución de actividades que trae aparejada el invierno; una sola respuesta fue positiva. Y el día siguiente, a primera hora del día, nos despedimos con tristeza de Chris y Julia que tan bien nos atendieron y cuidaron, y pusimos rumbo al número 81 de la calle Wallsal, en los suburbios de Auckland City: nuestro próximo wwoofing.

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