Comenzar el domingo bien temprano y empezar a viajar camino a Cape Ringa, el extremo norte del país. Atravesar la “90 miles beach” (playa de las 90 millas), a continuación visitar una gran superficie de gigantescas dunas y finalmente terminar en El Faro allá, donde se unen el mar de Tasmania con el océano Pacifico. Todo esto hubiese sido posible, si ese mismo domingo a primer hora de la mañana, no se hubiese cagado el auto.
El Gremlin, durante estos dos meses ha demostrado ser un excelente auto. Aunque medio jugadito de chapa, tiene muy buena mecánica, el interior esta impecable y el pequeño motor es de muy bajo consumo. Solo tuvimos un inconveniente menor con las luces traseras y un problemita un poquito más grave con un ruleman de una rueda que debió ser reemplazado. Entre mano de obra y repuestos los dos arreglos nos salieron menos de 150 dólares (a dividir entre 5). Sin embargo, esa mañana se intensificó un ruido que venía de la rueda trasera y si bien el auto andaba, no quisimos mandarnos a la ruta a un viaje de 200km de ida y otros tantos de vuelta. El problema no era solo perderse la oportunidad de ese viaje, sino que al día siguiente teníamos que estar en nuestro próximo destino: una remota estancia en los alrededores de un pequeño pueblo llamado Kaiwaka; y con el auto en esas condiciones NO podíamos viajar. Desde el punto de vista económico el arreglo no se dividiría mas entre 5, ya que actualmente los únicos dueños del auto somos el Chichi y yo; y se complicaba de sobremanera conseguir un mecánico un domingo.
Pierre Bourdieu, sociólogo Frances decía (resumiendo)que el capital que una persona posee puede ser de tres tipos: cultural (los conocimientos que tenemos), económico (la plata que tenemos), y social (los contactos que tenemos). En nuestro caso, el primero claramente no nos alcanzaba para arreglar el auto. El segundo nos permitía reparar el auto de manera eficaz pero no eficiente. Y es aquí donde el tercero, nuestro capital social nos salvo del apuro. Juntando kiwis bajo la parra nos hicimos amigos (entre otras personas) de Anthony, un pibe local, que resulta ser mecánico y se mostro más que dispuesto a perderse todo un domingo soleado engrasándose las manos a cambio de una caja de birras.
El problema del auto resultó ser una esquirla metálica atorada entre las pastillas y el disco de freno. Tuvimos que comprar pastillas de freno nuevas a unos $40 dólares el par y un disco de freno. Este último, nuevo, sale unos $200 y tarda una semana en llegar. Pero por suerte, Anthony conoce al dueño de un desarmadero, donde aplastado entre un Toyota y un Nissan había un Ford Telstar 1994 igualito al nuestro, con el disco de freno intacto. Y nos lo llevamos en el acto, por $35. Una vez más, el capital social.
Nos parecía un desperdicio de día soleado quedarnos los dos sentados mirando como Anthony entre sorbo y sorbo de cerveza desarmaba el auto, así que convenimos con el Chichi que me dejaría en algún atractivo turístico de la zona, iría con Anthony a hacer el arreglo del auto y alrededor de las 5 de la tarde, cuando el sol empezara a caer, ya con el auto arreglado me iría a buscar. En el peor de los casos, si no llegaban a arreglar el auto a tiempo, me escribiría un texto para avisarme y que me vuelva a dedo.
El único atractivo turístico de los alrededores que nos faltó conocer es el milenario Puketi Forest, ubicado a unos 30km de Kerikeri, así que pasado el medio día allí fuimos.
A medida que nos acercábamos al destino, veíamos como el camino se hacía cada vez mas rustico y deshabitado, el cielo se iba nublando y el teléfono perdía señal. De cualquier manera seguimos, llegamos, me baje y convenimos que entre 5 y 5:30 en ese mismo punto nos reencontrábamos.
El Pketi Forest, es un gigantesco bosque de muy variada fauna. El atractivo principal son los milenarios árboles Kauri, parecidos a un Sequoia en tamaño y similar a una columna de capiteles Corintios en forma, tienen un tronco muy ancho y alto, que sube en línea recta casi perfecta unos 30 metros hasta un puñado de ramas en la punta que le dan una altura final superior a los 45 metros. De proporciones, textura y color fuera de lo común es una pieza interesante de este complejo rompecabezas que hace a la fauna Neozelandesa.
A pesar de ser un centro turístico, carecía considerablemente de infraestructura. La misma se limitaba a un típico cartel de esos que dicen “Usted está aquí”; a la izquierda del mismo, en un playón completamente vacío, otro cartel que anunciaba “estacionamiento” y a la derecha un pedazo de madera, tallada en forma de flecha, apuntando hacia las entrañas del bosque que decía: “recorrido a pie, 2hs de duración” .
El gramblin se perdió levantando tierra en un camino de ripio donde el último auto que habíamos cruzado había sido hacía 20 minutos. En un lugar que en temporada de verano posiblemente sea más visitado, es que me quede parado solo. Mire la flecha, el interior del bosque que se hacía denso y oscuro a corta distancia y el cielo que se había cubierto por completo de nubes grises. Respire hondo y con las primeras gotas de lluvia, entré en el bosque.
La primera hora del recorrido fue mágica. Es una selva profunda y espesa. Una compleja maraña de árboles, lianas y arbustos de todo tipo, forma y color; interrumpida aquí y allá por esas gigantescas columnas, muchas de las cuales cuentan su nacimiento en años Antes de Cristo. Una feroz y silenciosa eterna batalla por alcanzar la luz del sol, por vivir, por evolucionar. Yo caminaba en el medio de este caos estático, por lugares donde el sol nunca llega, donde pequeños arroyos corren gélidos por la tierra húmeda. En la piel el frío y la humedad, en la vista verdes y marrones mutando a tonalidades más y más oscuras a medida que atardecía, en el olfato la tierra mojada y en los oídos esa lluvia fina intensificada sobre el techo de ramas, como el caminar de un ejército de hormigas.
La segunda hora ya hacía un frío de cagarse, la lluvia no daba tregua, y ya empapado no paraba de pisar charcos en un camino donde apenas podía distinguir unos metros adelante mío. Finalmente llegué al mismo desolado paraje donde había comenzado. Ya eran las 17 30 y el Chichi debía estar por llegar. Mire el celular y tenía cero señal . Espere, espere y espere. Noche cerrada y nublada, no paraba de llover, la oscuridad ya era total, no se veía NADA, la ropa mojada, los pies y el pantalón embarrados, el teléfono sin señal y una cara de ojete importante.
Empecé a caminar en las oscuridad, siguiendo a duras penas la ruta de ripio, cuando se me ocurrió la brillante idea de subir a un alambrado y levantar el teléfono en búsqueda de esa mínima rayita de señal que me permitiera mandar la puteda al Chichi.
Con la tenue luz del celular, llegue hasta el alambrado más próximo, lo agarré para subirme y PZZZTÁ!!! patadón de un alambrado electrificado. Puteada de por medio caminé hasta el campo siguiente y esta vez en la tranquera de madera, apoyé ambas manos y me pare. Ahí estaba, en la oscuridad, mojado, haciendo equilibrio y con la mano en lo más alto cuando me llegó el mensaje: “che, lo del auto va a tardar un ratito más, ni bien esté voy para allá, ok?”
Lo importante es que eventualmente el Chichi llegó, volvimos a casa, me pegué una buena ducha de agua caliente, cenamos y a la cama. Anthony no solo arreglo la rueda de atrás, sino que además le hizo una revisión completa a todo el auto, chequeo las otras 3 ruedas, soldó una pequeña perdida de aceite del motor, y con súper pegamento tapo un agujerito que tenía el tanque de agua del radiador. Nos dijo que el auto estaba en excelentes condiciones, listo para viajar y que de querer venderlo le podíamos sacar fácil $2000; cuando pagamos por el $1200.
En la mañana del día siguiente, Lunes, el dueño de la casa vino a revisar que todo estuviese en orden y nos devolvió el depósito. Acaricie con tristeza el sillón donde tantas veces me tire a ver tele tomando una cerveza a la vuelta del laburo, caminé hasta la puerta y en la entrada de la que fue nuestra casa por un mes y medio, nos dimos un abrazo con la pareja de franceses, nos subimos al auto y escuchando la poderosa guitarra de Eric Clapton nos lanzamos a la ruta, con rumbo sur, Chichi y yo, en nuestro auto, hacia nuestro próximo destino…
viernes, 24 de junio de 2011
martes, 21 de junio de 2011
entre playas se cuenta la historia
Pende frágilmente del tallo, suspendido en el aire, bajo la eterna sombra de una parra despojada de su fruto casi por completo. La única excepción: ese último kiwi. Solitario, rodeado por un agotado grupo de pickers que lo único que tiene en mente es irse a casa, con la satisfacción del trabajo terminado.
No lo merezco, pero pido que se me dé el honor de pickear el último kiwi de la temporada. Luego de depositarlo en el cajón del tractor, todos se dan un fuerte apretón de manos, se desean fortuna en sus futuros proyectos o actividades y el grupo “rojo” de la compañía Orangewood, temporada 2011, se disuelve para nunca jamás reagruparse.
Llegamos a casa y empezamos los festejos. Como todo buen festejo argento, tiene que comenzar encendiendo un fuego, para lo que luego fue un aceptable asado. Se comió, bebió y celebró con la alegría y tranquilidad de NO tener que ir a trabajar al día siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente…
Y fue al día siguiente precisamente que decidimos continuar los festejos con un viaje. El destino: Paihia y Russell. Paihia es la ciudad turística por excelencia en la zona de Northland, ubicada a escasos 18km de Kerikeri cuenta con un pintoresco centro comercial con bares y cafés, locales de ropa, artesanías y baratijas para los turistas. A lo largo de una costa de base irregular se ubican algunos edificios de mediana y baja altura. Un paseo peatonal, rambla y muelle completan los “must do” de esta simpática ciudad. Es, resumiendo, similar a cualquier pequeña ciudad de turismo “playero” de la costa de la provincia de Buenos Aires, pero más ordenada, limpia y prolija.
El horizonte marítimo de esta ciudad se ve interrumpido por salpicones de pequeñas islas y la imponente presencia de una traicionera porción de tierra, que a simple vista parece una gran isla pero viéndolo en un mapa se descubre que está unido al resto de la superficie neozelandesa unos 40km mas al sur. En esta porción de tierra se encuentra el pueblo de Russell. Algún visionario empresario se dio cuenta de esto varios años atrás y decidió montar un servicio de ferri, que en 10 minutos por mar, te ahorra unos 100km por tierra. Treinta dólares ida y vuelta, por el auto y 5 pasajeros nos pareció un precio más que razonable y sin nada mejor que hacer cruzamos una pequeña porción del Pacifico para llegar a Russell.
Russell es pequeño pero con historia. Fue la primera capital de Nueva Zelanda, durante los años de la colonización. Por este motivo, entre otras cosas, cuenta con la iglesia más antigua del país. Esta fue nuestra primera visita. La iglesia es sencilla pero agradable. En su estructura de madera, que data del 1836, se pueden ver agujeros de balas, de los enfrentamientos transcurridos por aquellos años entre los colonizadores (ingleses) y los nativos (maoríes); y en el frente un pequeño cementerio con los caídos en dichos combates. Claro está, solo de los caídos cuyos cadáveres eran recuperados, ya que los prisioneros eran comidos por los caníbales nativos y devueltos al suelo neozelandés en forma de abono. La iglesia no sería el único edificio histórico visitado en el día, pero antes queríamos aprovechar los momentos de sol que ofrecía el medio día cuando las nubes daban tregua.
Nos pusimos en marcha, manejando por la sinuosa costa, escuchando buena música y a la velocidad que exige la despreocupación de no tener ningún compromiso que atender ni horario que cumplir. Así viajábamos, entre subidas y bajadas; bahías y penínsulas; abismos y hermosas playas de arenas blancas y aguas que comienzan transparentes a baja profundidad y van cambiando a un turquesa intenso hasta fundirse en un azul profundo, allá donde se dibuja la línea del horizonte…
Pico el bagre, estacionamos el gremblin en la banquina y bajamos caminando hasta una de las tantas pequeñas bahías. Como estrellas en el cielo de una noche alejada de las grandes urbes, millones de mejillones blancos le daban textura visual a las arenas de esta bahía, que se perdían debajo del océano en un pacífico y cautivadoramente silencioso encuentro. Al no haber NIGUN tipo de oleaje, ni viento, el silencio de esta playa era extremo. Podían sentirse claramente los pasos de una amistosa gaviota que se aproximaba por la orilla al grupo, en búsqueda de algunas sobras de nuestro almuerzo. Recorrimos, exploramos, sacamos fotos, nos separamos, nos reencontramos, disfrutamos de la paz…y nos pusimos en marcha de nuevo.
Varios minutos después, manejábamos por lo que en el mapa era una angostisima porción de tierra, donde deberíamos poder ver el mar a ambos lados. En la realidad veíamos el mar solo a nuestra izquierda, mientras que a la derecha se extendía una larga colina. Sin nada que perder, ni ningún destino en particular, estacionamos el auto y resolvimos subir hasta la cima de la colina a ver si era cierto que del otro lado también se veía el mar. Al llegar a la cima, se descubrió ante nuestros ojos una paradisiaca y escondida playa. De arenas blancas ye no más de 300 metros de largo, definía sus límites una empinada pared rocosa, casi abrazándola contra el mar, como escondiéndola del resto del mundo. Nos quedamos allí hasta que el sol se perdió en el mar.
La oscuridad y el frío celebran matrimonio en las calles de la ex capital del país cuando pasamos por el frente de un pintoresco edificio de estilo colonial. De dos pisos de altura cuenta con un amplio frente de madera, una galería/terraza con algunas mesas y sillas de hierro. Una gran escalera y una puerta de doble hoja marcaban la entrada y el centro del edificio. En la puerta un antiguo cartel tallado en madera que anunciaba: “The Magestic Hotel”. Debajo uno más moderno y pequeño: “Fundado en 1926, el Hotel y Bar más antiguo de Nueva Zelanda”.
El interior era lujoso y acogedor. El bar con un clásico estilo de Pub Inglés tenia además de la barra, varias mesas con velas, algunos sillones y una estufa a leña; esta última deba calor y creaba ambiente. ¿Qué mejor forma de terminar un día así que con una buena cerveza? Y no cualquier cerveza por cierto. El bar, que al igual que el resto del Hotel apunta a una clase alta, sirve las cervezas de mejor calidad neozelandesas. Difíciles de conseguir en los supermercados. Así probé la “Weka”. Cerveza del tipo Lager, de fuerte aroma y color, tiene en el fondo de la botella algunas semillas muy pequeñas remanentes del proceso de fermentación/destilación característico de la misma.
Manejamos de vuelta a Kerikeri. Llegamos a casa, cocinamos y comimos mejillones. Solo con sal y limón, recolectados del mar algunas horas atrás, abundante manjar gratuito. Ducha y a la cama. Antes de quedarme dormido, en esos minutos que uno tiene con uno mismo, donde algunos reflexionan sobre los acontecimientos del día, otros planifican el día siguiente y aquellos que sus mentes por diversos motivos no los dejan tranquilos piensan cuanto más aguantaré sin tomarme la pastilla?; es que me preguntaba: ¿Qué curioso que primero hallan fundado el bar y diez años después la iglesia no? De cualquier manera, el día que se termine el mundo veremos a todos los que están en el bar correr a la iglesia y a todos los que estén en la iglesia correr hacia el bar…
No lo merezco, pero pido que se me dé el honor de pickear el último kiwi de la temporada. Luego de depositarlo en el cajón del tractor, todos se dan un fuerte apretón de manos, se desean fortuna en sus futuros proyectos o actividades y el grupo “rojo” de la compañía Orangewood, temporada 2011, se disuelve para nunca jamás reagruparse.
Llegamos a casa y empezamos los festejos. Como todo buen festejo argento, tiene que comenzar encendiendo un fuego, para lo que luego fue un aceptable asado. Se comió, bebió y celebró con la alegría y tranquilidad de NO tener que ir a trabajar al día siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente…
Y fue al día siguiente precisamente que decidimos continuar los festejos con un viaje. El destino: Paihia y Russell. Paihia es la ciudad turística por excelencia en la zona de Northland, ubicada a escasos 18km de Kerikeri cuenta con un pintoresco centro comercial con bares y cafés, locales de ropa, artesanías y baratijas para los turistas. A lo largo de una costa de base irregular se ubican algunos edificios de mediana y baja altura. Un paseo peatonal, rambla y muelle completan los “must do” de esta simpática ciudad. Es, resumiendo, similar a cualquier pequeña ciudad de turismo “playero” de la costa de la provincia de Buenos Aires, pero más ordenada, limpia y prolija.
El horizonte marítimo de esta ciudad se ve interrumpido por salpicones de pequeñas islas y la imponente presencia de una traicionera porción de tierra, que a simple vista parece una gran isla pero viéndolo en un mapa se descubre que está unido al resto de la superficie neozelandesa unos 40km mas al sur. En esta porción de tierra se encuentra el pueblo de Russell. Algún visionario empresario se dio cuenta de esto varios años atrás y decidió montar un servicio de ferri, que en 10 minutos por mar, te ahorra unos 100km por tierra. Treinta dólares ida y vuelta, por el auto y 5 pasajeros nos pareció un precio más que razonable y sin nada mejor que hacer cruzamos una pequeña porción del Pacifico para llegar a Russell.
Russell es pequeño pero con historia. Fue la primera capital de Nueva Zelanda, durante los años de la colonización. Por este motivo, entre otras cosas, cuenta con la iglesia más antigua del país. Esta fue nuestra primera visita. La iglesia es sencilla pero agradable. En su estructura de madera, que data del 1836, se pueden ver agujeros de balas, de los enfrentamientos transcurridos por aquellos años entre los colonizadores (ingleses) y los nativos (maoríes); y en el frente un pequeño cementerio con los caídos en dichos combates. Claro está, solo de los caídos cuyos cadáveres eran recuperados, ya que los prisioneros eran comidos por los caníbales nativos y devueltos al suelo neozelandés en forma de abono. La iglesia no sería el único edificio histórico visitado en el día, pero antes queríamos aprovechar los momentos de sol que ofrecía el medio día cuando las nubes daban tregua.
Nos pusimos en marcha, manejando por la sinuosa costa, escuchando buena música y a la velocidad que exige la despreocupación de no tener ningún compromiso que atender ni horario que cumplir. Así viajábamos, entre subidas y bajadas; bahías y penínsulas; abismos y hermosas playas de arenas blancas y aguas que comienzan transparentes a baja profundidad y van cambiando a un turquesa intenso hasta fundirse en un azul profundo, allá donde se dibuja la línea del horizonte…
Pico el bagre, estacionamos el gremblin en la banquina y bajamos caminando hasta una de las tantas pequeñas bahías. Como estrellas en el cielo de una noche alejada de las grandes urbes, millones de mejillones blancos le daban textura visual a las arenas de esta bahía, que se perdían debajo del océano en un pacífico y cautivadoramente silencioso encuentro. Al no haber NIGUN tipo de oleaje, ni viento, el silencio de esta playa era extremo. Podían sentirse claramente los pasos de una amistosa gaviota que se aproximaba por la orilla al grupo, en búsqueda de algunas sobras de nuestro almuerzo. Recorrimos, exploramos, sacamos fotos, nos separamos, nos reencontramos, disfrutamos de la paz…y nos pusimos en marcha de nuevo.
Varios minutos después, manejábamos por lo que en el mapa era una angostisima porción de tierra, donde deberíamos poder ver el mar a ambos lados. En la realidad veíamos el mar solo a nuestra izquierda, mientras que a la derecha se extendía una larga colina. Sin nada que perder, ni ningún destino en particular, estacionamos el auto y resolvimos subir hasta la cima de la colina a ver si era cierto que del otro lado también se veía el mar. Al llegar a la cima, se descubrió ante nuestros ojos una paradisiaca y escondida playa. De arenas blancas ye no más de 300 metros de largo, definía sus límites una empinada pared rocosa, casi abrazándola contra el mar, como escondiéndola del resto del mundo. Nos quedamos allí hasta que el sol se perdió en el mar.
La oscuridad y el frío celebran matrimonio en las calles de la ex capital del país cuando pasamos por el frente de un pintoresco edificio de estilo colonial. De dos pisos de altura cuenta con un amplio frente de madera, una galería/terraza con algunas mesas y sillas de hierro. Una gran escalera y una puerta de doble hoja marcaban la entrada y el centro del edificio. En la puerta un antiguo cartel tallado en madera que anunciaba: “The Magestic Hotel”. Debajo uno más moderno y pequeño: “Fundado en 1926, el Hotel y Bar más antiguo de Nueva Zelanda”.
El interior era lujoso y acogedor. El bar con un clásico estilo de Pub Inglés tenia además de la barra, varias mesas con velas, algunos sillones y una estufa a leña; esta última deba calor y creaba ambiente. ¿Qué mejor forma de terminar un día así que con una buena cerveza? Y no cualquier cerveza por cierto. El bar, que al igual que el resto del Hotel apunta a una clase alta, sirve las cervezas de mejor calidad neozelandesas. Difíciles de conseguir en los supermercados. Así probé la “Weka”. Cerveza del tipo Lager, de fuerte aroma y color, tiene en el fondo de la botella algunas semillas muy pequeñas remanentes del proceso de fermentación/destilación característico de la misma.
Manejamos de vuelta a Kerikeri. Llegamos a casa, cocinamos y comimos mejillones. Solo con sal y limón, recolectados del mar algunas horas atrás, abundante manjar gratuito. Ducha y a la cama. Antes de quedarme dormido, en esos minutos que uno tiene con uno mismo, donde algunos reflexionan sobre los acontecimientos del día, otros planifican el día siguiente y aquellos que sus mentes por diversos motivos no los dejan tranquilos piensan cuanto más aguantaré sin tomarme la pastilla?; es que me preguntaba: ¿Qué curioso que primero hallan fundado el bar y diez años después la iglesia no? De cualquier manera, el día que se termine el mundo veremos a todos los que están en el bar correr a la iglesia y a todos los que estén en la iglesia correr hacia el bar…
miércoles, 8 de junio de 2011
Feliz cumple Elizabeth!
El sol asoma entre las colinas de Kerikeri marcando el inicio de una nueva semana. Una inusual calma es ama y señora de las calles del pueblo. A pesar de ser Lunes, lo comercios están cerrados, los contenedores de basura medio llenos, la biblioteca pública a puertas cerradas niega su vasto conocimiento al mundo y el único semáforo de la calle principal osilla inútilmente entre el rojo y verde a los ojos de nadie. Desde el interior de nuestra morada, el ronquido de 5 personas le hace coro al cantar de los pájaros en el exterior; que son los únicos que parecen haber olvidado que hoy nadie trabaja.
Mientras tanto, en alguna habitación del palacio de Buckingham, un sequito de asesores aconseja a la Reina acerca de que sombrero elegir para tan especial acontecimiento. Hay excitación y mucha expectativa. A diferencia de un día regular, donde seguramente se pasen largas jornadas debatiendo sobre qué es lo mejor para el futuro del pueblo Ingles, hoy toda la corte real tiene una tarea asignada y todo tiene que salir bien. En el salón principal, decoradores terminan los últimos detalles y en la cocina el chef coloca la ultima vela en la torta, la número 118.
Hoy, lunes 06 de Junio, es el cumpleaños de Elizabeth II, reina de Inglaterra. Es feriado nacional Y PAGO en Inglaterra y todas sus colonias, incluyendo por supuesto, Nueva Zelanda.
“Jesús, Buda, Alá por favor que no llueva mañana!!!” eran nuestras plegarias el Domingo. Al parecer nos escucharon y las divinidades nos dieron un día hermoso para levantarnos a la hora que se nos cante el orto, a hacer lo que se nos cante el orto y que nos paguen como 8hs de trabajo duro.
Por supuesto ya teníamos un plan, por si el día llegaba a estar agradable, así que lo pusimos en marcha. Desayunamos, cargamos las viandas (sándwiches) en los vehículos, la pelota (fundamental) y partimos con rumbo norte. Una hora y varias paradas en la ruta a sacar fotos después, pusimos un pie en Matauri Bay.
Matauri Bay es una paradisiaca playa de arenas blancas y forma de paréntesis. Comienza a los pies de una verde colina de mediana altura y suave pendiente y termina unos 800 metros más adelante en los acantilados de de una colina de mayor altura que irrumpe en el mar en forma de península, por lo que está casi en su totalidad rodeada de mar, como una pequeña isla. Cuenta en el extremo opuesto con una playa de arenas negras, producto de miles de años de actividad volcánica.
En la playa nos encontramos con dos grupos de amigos, que conocimos trabajando en el picking. Como todo grupo de Kerikeri le sobran hombres y le faltaban minas, pero para esta ocasión fue perfecto para armar lo que fue, después de almorzar y tomar sol un rato, un excelente partido de futbol. En una buena porción de arena húmeda, Ingleses, alemanes, checos, neozelandeses, chilenos, uruguayos y argentinos nos dividimos en dos equipos de siete jugadores cada uno.
Partidazo de por medio el resultado final fue 6 a 5. Metí cuatro de los cinco goles del equipo perdedor. Luego, ya atardeciendo, los más valientes se fueron a pegar un chapuzón. El día estaba hermoso, pero el agua helada, recordemos que acá también es fines del otoño. Mientras que los mas cagones y friolentos preparamos unos mates que fuimos a tomar, después de media horita de treking, a la punta de la colina norte, la más alta. Desde donde vimos el atardecer.
La aguja acababa de pasar el 6 en el reloj cuando el sol ya se había ido y solo quedaba un tenue y frio resplandor de su presencia. Pero teníamos un as bajo la manga para las últimas horas del día. Si hay alguien que trabaja un fin de semana largo, es justamente alguien que vive del turismo. Como por ejemplo el encargado del complejo de aguas termales ubicado a media hora de Kerikeri.
Ya forzando la vista para ver en la oscuridad que cada minuto se hacía más espesa, subimos todo al auto y partimos con rumbo sur. Media hora después, vimos pasar el cartel de bienvenidos a Kerikeri. Unos 40 minutos más en la ruta 10 y ya nos empezábamos a preguntar si no nos habíamos perdido cuando de repente un olor inmundo inundo el auto. Una peste abominable, como un balde lleno de huevos podridos que estuvo todo el día al sol. La pregunta se disparó a coro, casi por acto reflejo: “¿Quién fue el hijo de puta que se cago?!”. Se hacía difícil respirar entre tanto olor a mierda, pero la indignación era más fuerte y la pregunta se reformulaba entre los pasajeros cada vez con más agresividad, exigiendo una pronta respuesta. Desconcertaba el hecho de que ninguno tenía la sonrisa disimulada del “fui yo, pero me estoy haciendo el boludo, por que salió un pedo más feo de lo que me esperaba” o la sonriso orgullosa del “que buen pedo me tire! Fúmenselo!!!”. La sorpresa llego al darse cuenta que el olor aumento exponencialmente al abrir las ventanas. Reinaba un desconcierto general cuando finalmente vimos el cartel:
“NGAWHA SPRINGS, piletas naturales de agua de azufre”
Haciendo uso de un eufemismo forzado, definiré el complejo como “rustico”. Escasamente iluminado, contaba con unos 30 piletones naturales, reforzados estructuralmente con robustos tablones de madera. Los mismos tenían diferentes temperaturas que iban desde los 28°C hasta unos increíbles 52°C. De más está decir que en estos últimos era imposible mantener una parte del cuerpo bajo el agua por más de 3 o 4 segundos sin quemarse. El agua de todos ellos, color marrón oscura, los hacía aun menos atractivos. De cualquier manera, ya estábamos ahí y no nos íbamos a tirar para atrás. Como eran ya más de las 7 pm, además de nosotros 5 había unas 4 personas más en todo el complejo y un inquietante silencio se veía perturbado solo por el cantar de los grillos.
Intenten por un instante visualizar la imagen: 5 personas mirando desde el balcón de la administración hacia abajo, en silencio y con caras de decepción; donde desparramados aleatoriamente y sumidos en las penumbras estaban los pestilentes piletones de aguas marrones emanado vapor constantemente. Pero, como dice el dicho: “la mente es como un paracaídas, funciona mejor abierta”. Y así hay que tenerla, abierta a nuevas experiencias; siempre probar, si te gusta repetir y si no te gusta no hacerlo más (obvio hay algunas excepciones a esta regla…).
El encargado nos aseguro que el agua es sumamente limpia y el color y olor son producto del azufre. Los locales llaman a estos piletones “healing waters” (aguas sanadoras). Al parecer el altísimo nivel de azufre al que hacía referencia el encargado, generado por la intensa actividad volcánica debajo de la tierra (además de darle ese color marrón oscuro y ese olor a huevos podridos) posee excelentes propiedades para tratar todo tipo de males. Además de beneficiar considerablemente a la piel. Está prohibido meter la cabeza abajo del agua por riesgo a perder la vista…de cualquier manera basta con mirarla y olerla para saber que no es una buena idea.
Agua caliente es agua caliente, y siempre es una sensación agradable meterse a pesar de que se vea como mierda y huela como tal, así que nos pusimos la maya, nos metimos, lo disfrutamos y nos quedamos hasta que nos echaron.
Después de pasar todo un día en la playa, hacer treking, jugar al football, meterse dos horas en aguas termales, llegar a casa y pegarse una ducha NADIE tenía ganas de ponerse a cocinar; así que terminamos el cumpleaños de la Reina yendo a comer al Mc Donalds.
De vuelta en casa, me saqué la ropa y me desplomé en la cama. Ya me estaba quedando dormido cuando entro el Chichi a la habitación.
_ Que buen día hoy no?
_ Se, espectacular!
_ Bueno, pasaba a saludar nomas… ¿me pregunto cuándo será el próximo feriado?.
Esto último lo preguntó en voz alta, pero casi en un susurro, como hablando consigo mismo. Y volviendo a mirarme completó con normalidad:
_ Hasta mañana Bob!
_ Hasta mañana Guevo!
Me volví a acomodar en la cama y mientras se alejaba caminando para su cama, lo oí contestarse a si mismo esa pregunta que se había formulado.
_ Y… debe ser en el cumpleaños del Rey…
Mientras tanto, en alguna habitación del palacio de Buckingham, un sequito de asesores aconseja a la Reina acerca de que sombrero elegir para tan especial acontecimiento. Hay excitación y mucha expectativa. A diferencia de un día regular, donde seguramente se pasen largas jornadas debatiendo sobre qué es lo mejor para el futuro del pueblo Ingles, hoy toda la corte real tiene una tarea asignada y todo tiene que salir bien. En el salón principal, decoradores terminan los últimos detalles y en la cocina el chef coloca la ultima vela en la torta, la número 118.
Hoy, lunes 06 de Junio, es el cumpleaños de Elizabeth II, reina de Inglaterra. Es feriado nacional Y PAGO en Inglaterra y todas sus colonias, incluyendo por supuesto, Nueva Zelanda.
“Jesús, Buda, Alá por favor que no llueva mañana!!!” eran nuestras plegarias el Domingo. Al parecer nos escucharon y las divinidades nos dieron un día hermoso para levantarnos a la hora que se nos cante el orto, a hacer lo que se nos cante el orto y que nos paguen como 8hs de trabajo duro.
Por supuesto ya teníamos un plan, por si el día llegaba a estar agradable, así que lo pusimos en marcha. Desayunamos, cargamos las viandas (sándwiches) en los vehículos, la pelota (fundamental) y partimos con rumbo norte. Una hora y varias paradas en la ruta a sacar fotos después, pusimos un pie en Matauri Bay.
Matauri Bay es una paradisiaca playa de arenas blancas y forma de paréntesis. Comienza a los pies de una verde colina de mediana altura y suave pendiente y termina unos 800 metros más adelante en los acantilados de de una colina de mayor altura que irrumpe en el mar en forma de península, por lo que está casi en su totalidad rodeada de mar, como una pequeña isla. Cuenta en el extremo opuesto con una playa de arenas negras, producto de miles de años de actividad volcánica.
En la playa nos encontramos con dos grupos de amigos, que conocimos trabajando en el picking. Como todo grupo de Kerikeri le sobran hombres y le faltaban minas, pero para esta ocasión fue perfecto para armar lo que fue, después de almorzar y tomar sol un rato, un excelente partido de futbol. En una buena porción de arena húmeda, Ingleses, alemanes, checos, neozelandeses, chilenos, uruguayos y argentinos nos dividimos en dos equipos de siete jugadores cada uno.
Partidazo de por medio el resultado final fue 6 a 5. Metí cuatro de los cinco goles del equipo perdedor. Luego, ya atardeciendo, los más valientes se fueron a pegar un chapuzón. El día estaba hermoso, pero el agua helada, recordemos que acá también es fines del otoño. Mientras que los mas cagones y friolentos preparamos unos mates que fuimos a tomar, después de media horita de treking, a la punta de la colina norte, la más alta. Desde donde vimos el atardecer.
La aguja acababa de pasar el 6 en el reloj cuando el sol ya se había ido y solo quedaba un tenue y frio resplandor de su presencia. Pero teníamos un as bajo la manga para las últimas horas del día. Si hay alguien que trabaja un fin de semana largo, es justamente alguien que vive del turismo. Como por ejemplo el encargado del complejo de aguas termales ubicado a media hora de Kerikeri.
Ya forzando la vista para ver en la oscuridad que cada minuto se hacía más espesa, subimos todo al auto y partimos con rumbo sur. Media hora después, vimos pasar el cartel de bienvenidos a Kerikeri. Unos 40 minutos más en la ruta 10 y ya nos empezábamos a preguntar si no nos habíamos perdido cuando de repente un olor inmundo inundo el auto. Una peste abominable, como un balde lleno de huevos podridos que estuvo todo el día al sol. La pregunta se disparó a coro, casi por acto reflejo: “¿Quién fue el hijo de puta que se cago?!”. Se hacía difícil respirar entre tanto olor a mierda, pero la indignación era más fuerte y la pregunta se reformulaba entre los pasajeros cada vez con más agresividad, exigiendo una pronta respuesta. Desconcertaba el hecho de que ninguno tenía la sonrisa disimulada del “fui yo, pero me estoy haciendo el boludo, por que salió un pedo más feo de lo que me esperaba” o la sonriso orgullosa del “que buen pedo me tire! Fúmenselo!!!”. La sorpresa llego al darse cuenta que el olor aumento exponencialmente al abrir las ventanas. Reinaba un desconcierto general cuando finalmente vimos el cartel:
“NGAWHA SPRINGS, piletas naturales de agua de azufre”
Haciendo uso de un eufemismo forzado, definiré el complejo como “rustico”. Escasamente iluminado, contaba con unos 30 piletones naturales, reforzados estructuralmente con robustos tablones de madera. Los mismos tenían diferentes temperaturas que iban desde los 28°C hasta unos increíbles 52°C. De más está decir que en estos últimos era imposible mantener una parte del cuerpo bajo el agua por más de 3 o 4 segundos sin quemarse. El agua de todos ellos, color marrón oscura, los hacía aun menos atractivos. De cualquier manera, ya estábamos ahí y no nos íbamos a tirar para atrás. Como eran ya más de las 7 pm, además de nosotros 5 había unas 4 personas más en todo el complejo y un inquietante silencio se veía perturbado solo por el cantar de los grillos.
Intenten por un instante visualizar la imagen: 5 personas mirando desde el balcón de la administración hacia abajo, en silencio y con caras de decepción; donde desparramados aleatoriamente y sumidos en las penumbras estaban los pestilentes piletones de aguas marrones emanado vapor constantemente. Pero, como dice el dicho: “la mente es como un paracaídas, funciona mejor abierta”. Y así hay que tenerla, abierta a nuevas experiencias; siempre probar, si te gusta repetir y si no te gusta no hacerlo más (obvio hay algunas excepciones a esta regla…).
El encargado nos aseguro que el agua es sumamente limpia y el color y olor son producto del azufre. Los locales llaman a estos piletones “healing waters” (aguas sanadoras). Al parecer el altísimo nivel de azufre al que hacía referencia el encargado, generado por la intensa actividad volcánica debajo de la tierra (además de darle ese color marrón oscuro y ese olor a huevos podridos) posee excelentes propiedades para tratar todo tipo de males. Además de beneficiar considerablemente a la piel. Está prohibido meter la cabeza abajo del agua por riesgo a perder la vista…de cualquier manera basta con mirarla y olerla para saber que no es una buena idea.
Agua caliente es agua caliente, y siempre es una sensación agradable meterse a pesar de que se vea como mierda y huela como tal, así que nos pusimos la maya, nos metimos, lo disfrutamos y nos quedamos hasta que nos echaron.
Después de pasar todo un día en la playa, hacer treking, jugar al football, meterse dos horas en aguas termales, llegar a casa y pegarse una ducha NADIE tenía ganas de ponerse a cocinar; así que terminamos el cumpleaños de la Reina yendo a comer al Mc Donalds.
De vuelta en casa, me saqué la ropa y me desplomé en la cama. Ya me estaba quedando dormido cuando entro el Chichi a la habitación.
_ Que buen día hoy no?
_ Se, espectacular!
_ Bueno, pasaba a saludar nomas… ¿me pregunto cuándo será el próximo feriado?.
Esto último lo preguntó en voz alta, pero casi en un susurro, como hablando consigo mismo. Y volviendo a mirarme completó con normalidad:
_ Hasta mañana Bob!
_ Hasta mañana Guevo!
Me volví a acomodar en la cama y mientras se alejaba caminando para su cama, lo oí contestarse a si mismo esa pregunta que se había formulado.
_ Y… debe ser en el cumpleaños del Rey…
jueves, 2 de junio de 2011
Bonjour!!!
Más de 15 días han pasado ya desde el último post y algunas coas han cambiado desde aquel entonces. Entre las más relevantes el grupo de 5 que partió de Auckland (Nacho, el uruguayo, el cordobés, el chichi y yo) ya no existe más. El primero en partir fue Nacho. Esta fue una partida anunciada, ya que una semana después de llegar a Kerikeri recibió una llamada de su familia desde Capital donde le comunicaban del casamiento de su hermana el 24 de Mayo; instantáneamente decidió volverse a Argentolandia con algunos días de anticipación para presenciar dicho acontecimiento. Y así el 20 de Marzo, le pagamos su parte del auto, tomamos una última birra todos juntos, nos dijimos “hasta pronto” y el Cordobés lo llevo en el Gremlin hasta la estación de ómnibus.
En la semana que siguió, el Cordobés dejo el picking y se pasó a packing (dejo de juntar kiwis para empezar a empaquetarlos). Federico dejó el trabajo y el Chichi y yo seguimos pickeando. Por lo tanto no nos veíamos tan seguido durante el día.
Algunos días después de la partida de Nacho, Federico (el uruguayo) nos dijo que el lunes 30 a la mañana se iba en bondi a Whangarei, a probar suerte ahí.
Whangarei es una ciudad más próxima a Auckland, mucho más grande que Kerikeri y con más movida. Desde mi punto de vista, Federico nunca estuvo muy gusto en Kerikeri, vino a Nueva Zelanda buscando otro tipo de viaje; mas de placer que de trabajo. Había trabajado muy pocos días y ya las últimas dos semanas prácticamente las pasó en casa mirando tele. Tenía una muy buena relación con Nacho que era el que más lo acompañaba en la joda o en viajar a los alrededores y lo apañaba bastante en los conflictos que surgieron durante la convivencia, generados a mi entender por diferencias en la formación, en las personalidad y en la edad (Federico tiene 18 años y el resto de nosotros más de 23). Y así el lunes 30 de Marzo, le pagamos su parte del auto y esta vez sin cerveza de por medio el Cordobés lo llevo en el Gremlin hasta la estación de ómnibus. Al encontrarse solo, sin auto y sin casa; solo dos días después, volvería a Kerikeri; pero su lugar ya había sido rápidamente ocupado…
Al quedar 3 en la casa, necesitábamos uno o dos roomates para amortizar el alquiler. Debido a que todos los viajeros que se encuentran transitoriamente en este pueblo viven en un hostel, pagando $120 (como mínimo) a la semana por compartir habitación, baño, cocina, etc con muchas personas más; no nos fue difícil elevar nuestro grupo a 5 de nuevo. Teníamos varias opciones de personas que se querían mudar con nosotros, ya sea porque les caíamos bien, porque la casa esta bárbara o por que sale $80 por semana en vez de $120. Una tarde, después del trabajo, se debatió un rato sobre a quién le daríamos la generosa oferta de mudarse a nuestros aposentos. Por dos votos contra uno los ganadores fueron una pareja de franceses.
Amelie y Ludovic son oriundos de la ciudad de Strasbourg, ubicada al Nordeste de Francia. Tienen 24 años de los cuales 7 han pasado juntos. Son compañeros de trabajo del Chichi, ella habla muy bien ingles y él está aprendiendo. Son muy buenas personas los dos, respetuosas, interesantes y alegres. A él le gusta mucho el football y a ella el cine. Llegaron a Auckland en la misma fecha que nosotros, se compraron una camioneta y han vivido en ella las últimas 3 semanas, pagando $80 por persona para estacionarla en un Hostel y poder usar los servicios del mismo. Imaginarán las caras de felicidad cuando les ofrecimos de venirse a una casa por la misma plata.
Los últimos días han sido muy positivos. Nos llevamos muy bien. La casa finalmente esta ordenada y limpia (no tanto como me gustaría a mí que soy re hincha pelotas, pero si muy bien) y todos la disfrutamos a más no poder. Ellos aprenden algo de español, nosotros algo de francés y entre todos practicamos ingles.
Northland es la región menos poblada de un país escasamente poblado, y Kerikeri es uno de los pueblos más pequeños de dicha región. Por lo tanto, decir “nos vinimos al culo del mundo” es un grave error. “Nos vinimos al pelo, del grano, del culo del mundo” sería lo correcto. De cualquier manera, con excepción del Cordobés, que quiere/tiene que quedarse en Kerikeri cuando termine la cosecha; Amelie, Ludovic, el Chichi y yo queremos empezar a viajar un poco, y nuestro primer objetivo es recorrer más el extremo norte de Nueva Zelanda, incluyendo un viaje de tres horas hasta Cape Reigna, el punto más Norte de Nueva Zelanda, donde se unen el Océano pacifico y el Mar de Tasmania. Queda solo una semana más de trabajo, pero pagamos dos semanas más de alquiler, así tenemos una base donde venir a dormir mientras recorreremos toda la región.
En lo que respecta a lo económico, no pudimos ahorrar mucho durante este mes, pero si no alcanzo para recuperar lo gastado en Auckland la primer semana, tener una mayor parte del auto (ahora tenemos 33% cada uno), arreglar el auto las 2 veces que se rompió, vivir un mes en Kerikeri y juntar quedar unos $300 arriba de la plata con la que llegamos. Pero, nos dijeron que al terminar la temporada de picking, nos tienen que pagar un 8% del total de lo que ganamos trabajando para Orangewood en concepto de vacaciones. Como durante este mes ganamos unos $2500, nos deberían pagar unos $200 de vacaciones. Y además ya nos han sacado unos $400 en concepto de impuestos. Impuestos que supuestamente te devuelven cuando dejas el país. Así que lo vivimos como un ahorro.
Por ahora muchas más novedades no hay, pero presiento que con los viajes empezaran a llegar las anécdotas y más fotos al facebook!
Hoy, después de varios días soleados y de temperaturas muy agradables, un manto gris cubre el cielo, y amenaza con caer en forma de lluvia en breve. Por este motivo es que llamaron del trabajo para decir que esperemos hasta las 10 30 a ver qué pasa. Mientras espero, es que escribo estas líneas, acostado en mi cama, con una taza de cappuccino humeante, mirando por la ventana de mi habitación como el viento mueve las copas de los pinos, como finos pinceles sobre un lienzo gris, pintando lo que de seguro será una mañana de parras llenas de kiwis, sin gente que los junte.
En la semana que siguió, el Cordobés dejo el picking y se pasó a packing (dejo de juntar kiwis para empezar a empaquetarlos). Federico dejó el trabajo y el Chichi y yo seguimos pickeando. Por lo tanto no nos veíamos tan seguido durante el día.
Algunos días después de la partida de Nacho, Federico (el uruguayo) nos dijo que el lunes 30 a la mañana se iba en bondi a Whangarei, a probar suerte ahí.
Whangarei es una ciudad más próxima a Auckland, mucho más grande que Kerikeri y con más movida. Desde mi punto de vista, Federico nunca estuvo muy gusto en Kerikeri, vino a Nueva Zelanda buscando otro tipo de viaje; mas de placer que de trabajo. Había trabajado muy pocos días y ya las últimas dos semanas prácticamente las pasó en casa mirando tele. Tenía una muy buena relación con Nacho que era el que más lo acompañaba en la joda o en viajar a los alrededores y lo apañaba bastante en los conflictos que surgieron durante la convivencia, generados a mi entender por diferencias en la formación, en las personalidad y en la edad (Federico tiene 18 años y el resto de nosotros más de 23). Y así el lunes 30 de Marzo, le pagamos su parte del auto y esta vez sin cerveza de por medio el Cordobés lo llevo en el Gremlin hasta la estación de ómnibus. Al encontrarse solo, sin auto y sin casa; solo dos días después, volvería a Kerikeri; pero su lugar ya había sido rápidamente ocupado…
Al quedar 3 en la casa, necesitábamos uno o dos roomates para amortizar el alquiler. Debido a que todos los viajeros que se encuentran transitoriamente en este pueblo viven en un hostel, pagando $120 (como mínimo) a la semana por compartir habitación, baño, cocina, etc con muchas personas más; no nos fue difícil elevar nuestro grupo a 5 de nuevo. Teníamos varias opciones de personas que se querían mudar con nosotros, ya sea porque les caíamos bien, porque la casa esta bárbara o por que sale $80 por semana en vez de $120. Una tarde, después del trabajo, se debatió un rato sobre a quién le daríamos la generosa oferta de mudarse a nuestros aposentos. Por dos votos contra uno los ganadores fueron una pareja de franceses.
Amelie y Ludovic son oriundos de la ciudad de Strasbourg, ubicada al Nordeste de Francia. Tienen 24 años de los cuales 7 han pasado juntos. Son compañeros de trabajo del Chichi, ella habla muy bien ingles y él está aprendiendo. Son muy buenas personas los dos, respetuosas, interesantes y alegres. A él le gusta mucho el football y a ella el cine. Llegaron a Auckland en la misma fecha que nosotros, se compraron una camioneta y han vivido en ella las últimas 3 semanas, pagando $80 por persona para estacionarla en un Hostel y poder usar los servicios del mismo. Imaginarán las caras de felicidad cuando les ofrecimos de venirse a una casa por la misma plata.
Los últimos días han sido muy positivos. Nos llevamos muy bien. La casa finalmente esta ordenada y limpia (no tanto como me gustaría a mí que soy re hincha pelotas, pero si muy bien) y todos la disfrutamos a más no poder. Ellos aprenden algo de español, nosotros algo de francés y entre todos practicamos ingles.
Northland es la región menos poblada de un país escasamente poblado, y Kerikeri es uno de los pueblos más pequeños de dicha región. Por lo tanto, decir “nos vinimos al culo del mundo” es un grave error. “Nos vinimos al pelo, del grano, del culo del mundo” sería lo correcto. De cualquier manera, con excepción del Cordobés, que quiere/tiene que quedarse en Kerikeri cuando termine la cosecha; Amelie, Ludovic, el Chichi y yo queremos empezar a viajar un poco, y nuestro primer objetivo es recorrer más el extremo norte de Nueva Zelanda, incluyendo un viaje de tres horas hasta Cape Reigna, el punto más Norte de Nueva Zelanda, donde se unen el Océano pacifico y el Mar de Tasmania. Queda solo una semana más de trabajo, pero pagamos dos semanas más de alquiler, así tenemos una base donde venir a dormir mientras recorreremos toda la región.
En lo que respecta a lo económico, no pudimos ahorrar mucho durante este mes, pero si no alcanzo para recuperar lo gastado en Auckland la primer semana, tener una mayor parte del auto (ahora tenemos 33% cada uno), arreglar el auto las 2 veces que se rompió, vivir un mes en Kerikeri y juntar quedar unos $300 arriba de la plata con la que llegamos. Pero, nos dijeron que al terminar la temporada de picking, nos tienen que pagar un 8% del total de lo que ganamos trabajando para Orangewood en concepto de vacaciones. Como durante este mes ganamos unos $2500, nos deberían pagar unos $200 de vacaciones. Y además ya nos han sacado unos $400 en concepto de impuestos. Impuestos que supuestamente te devuelven cuando dejas el país. Así que lo vivimos como un ahorro.
Por ahora muchas más novedades no hay, pero presiento que con los viajes empezaran a llegar las anécdotas y más fotos al facebook!
Hoy, después de varios días soleados y de temperaturas muy agradables, un manto gris cubre el cielo, y amenaza con caer en forma de lluvia en breve. Por este motivo es que llamaron del trabajo para decir que esperemos hasta las 10 30 a ver qué pasa. Mientras espero, es que escribo estas líneas, acostado en mi cama, con una taza de cappuccino humeante, mirando por la ventana de mi habitación como el viento mueve las copas de los pinos, como finos pinceles sobre un lienzo gris, pintando lo que de seguro será una mañana de parras llenas de kiwis, sin gente que los junte.
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