Dios le da pan al que
tiene dientes…y le da tuco al que no tiene pan. Dos semanas atrás
comenzaba a trabajar en uno de los mejores trabajos que he tenido en mi vida.
Hoy, mientras escribo estas líneas, me encuentro de “licencia médica”, sentado en la cama de mi
habitación, con la pierna elevada para bajar la presión que los fluidos ejercen
sobre mi hinchado y dolorido tobillo. Y todo comenzaría tan solo dos días
atrás…
Me levante por la mañana desayune un mix de cereales con
yogur y fruta, me puse el uniforme del trabajo y me fui caminando despacito,
por la verada del sol, escuchando música; hasta llegar al muelle donde me
encontraría con mis compañeros de trabajo, todos aguardando la subida del último
turista al ferry que representa la luz
verde para abordar a quienes trabajamos en la isla.
Subí al ferry, me serví un buen café caliente con leche,
tome un par de masitas dulces de la canasta y me busque un buen asiento. Quince minutos después, mi cerebro se
adormentaba con el leve balanceo del bote contra las aguas del océano tropical,
sumado a la tenue vibración del motor. Mis
parpados se cierran en esa misma línea del paisaje donde los verdes morros de
tierra firme se encuentran con el constante océano que le baña los pies. Al
caer en el mundo de los sueños comienzo a sufrir una pesadilla: estoy en una
gran ciudad, enorme, donde casi me puedo sentir alguien. Soy un punto
imperceptible. Me levanto temprano, muy temprano y tengo que correr para llegar
a algún lado, no sé exactamente a donde, pero al igual que el conejo de Alicia
sé que estoy llegando tarde, siempre se hace tarde en la ciudad. Corro por las
calles de esta gran urbe. Es gris, sucia y está abarrotada de gente. Gente
respirando hollín y llorando alquitrán. Busco el sol, no lo encuentro. Corro aun
mas, me subo a un tren, luego a un subte, luego a un colectivo y finalmente
corro un poco más. Empiezo a quedarme sin aire, los edificios crecen alrededor
mío, tan grises como el cemento del suelo, como las personas a mi alrededor,
como el cielo que nos cubre. Busco una salida, no la encuentro. Me queda poco
aire. Un vendedor ambulante me ofrece un frasco con “aire puro” a muy buen
precio, me dice que me apure, mañana podría costar el doble. Busco mi
billetera, no la tengo. ¿me robaron?. Veo mis manos vacías, arrugarse y
envejecer en cuestión de segundos, me encorvo, mi cabello se vuelve blanco y
comienza a caerse, me encorvo aun mas hasta tocar el suelo con las manos. La
gente, siempre llegando tarde, comienza a caminar sobre mi. Y asi, rápidamente
y sin darme cuenta, mi gris se funde con el del suelo, con el de las paredes,
con el del todo.
Abro lo ojos. Llegamos! La isla es verde y pura, bañada por
el sol. El mar, totalmente transparente, ya no esconde sus tesoros, es mas lo
expone a los maravillados transeúntes que caminan por el muelle. El coral, los coloridos peces y las simpáticas
tortugas nos miran desde abajo, distorsionados por ese eterno cielo de agua ondulante.
Llego a tierra y esquivo algunas palmeras, tan arqueadas como las sonrisas de
mis colegas diciendo “good morning!” y finalmente llego al bar.
Comienzo con las tareas de apertura del bar: pongo el cambio
en la caja, hago 4 o 5 cafés para calentar la maquina, reemplazo las tapas de
las botellas de los licores por picos vertedores, corto algunos gajos de limas
para las coronas y deshojo algunas ramas de menta para los mojitos.
La primera camada suelen ser los empleados de la isla, que
llegan con la mejor onda a pedir su “café con descuento” de la mañana. Uno se
va acostumbrando y empieza a asociar los cafés con las caras: Mike: latte half
strenght, Sheila: capuccino double shot, Jenn: americano strnog, etc.
Luego vienen oleadas aleatorias o clientes aislados. Antes del medio día por lo general café,
después de las doce cerveza y cocktails. La hora pico es antes de irnos, entre
las 15:00 y las 16:00. Donde todos vuelven de la playa, de bucear o de hacer
snorkel y quieren relajarse con un refrescante trago antes de tomarse el ultimo
barco que deja la isla, el de las 16:30.
Todo parcia otro agradable día de trabajo en el paraíso,
cuando sentí la molestia. Leve, nada de qué preocuparse. Una pequeña molestia
en el tobillo. Como con las ganas de mear, con el pasar de las horas, la molestia
devino en malestar y el malestar en dolor. Con el dolor decidí prestar atención
a la zona afectada: mi tobillo se veía rojo y tres veces del tamaño de uno
normal. Se me hace difícil caminar en un principio y luego me encuentro
haciendo un gran esfuerzo por estar en pie. Lo más preocupante de todo es el
motivo, ya que no había sufrido de torcedura o golpe alguno.
Andrew mi manager se dio cuenta de la situación y me indico
hacer reposo.
_ Si mañana no estás mejor te llevamos a un doctor.
Al día siguiente amanecí igual. Andrew me consiguió unas muletas
(hubiese preferido unas mulatas) para ayudarme a caminar hasta el ferry y me
saco un turno en el consultorio más cercano al muelle, en la ciudad.
Tras un leve vistazo y un tanteo de los ganglios linfáticos,
el doctor, hombre de pocas palabras) diagnostico sin dudarlo: “infección severa
de celulitis”. Para vos gil que crees que la celulitis son solo los pozos que
se les hacen a las minas en las piernas te dejo el link de wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Celulitis
Inyección en el orto y antibióticos para toda una semana de reposo y me despedí del doctor.
Algunos días atrás fue mi primer franco en la isla. Como
empleado del resort use mi beneficio de excursiones gratuitas a la barrera de
coral, que incluyen transporte, equipo de buceo o snorkel y almuerzo. Mientras
recorría lentamente la belleza y la diversidad de la barrera de coral más
grande del mundo, centre mi atención en un pez relativamente grande y colorido.
Mi ignorancia me impide aportar el dato de su nombre, pero me aventure a
seguirlo por unos minutos. Se desplazaba lentamente y con gracia. Su colorida
fisionomía lo hacia un espectáculo magnifico de ver. Tanta belleza…Entonces, ascendió
algunos centímetros hacia la superficie, y quedo a un brazo de distancia de mi
cara. Podía apreciar más aun su gran tamaño, su belleza, sus colores, su
respiración, sus movimientos; cuando de repente dejo salir por el culo una
catarata de mierda, que para mi sorpresa
me di cuenta que no solo no se hundía sino que ascendía. Comencé a aletear y
patalear intentado alejarme, pero ya era demasiado tarde: me había cagado un
pez.
¿Cual es la moraleja? mmm no estoy seguro de que halla una. Mejor preguntarse: ¿Que aprendimos de las dos experiencias ocurridas en la
última semana? Bueno lo que yo saque en limpio, es que sin importar que bien
estén yendo las cosas, o que agradable sea una situación, siempre es esperable
un poco de mala fortuna. No hay que tomárselo como algo personal, o como un
gran acontecimiento, sino como que estas cosas pasan: los tobillos se infectan
y los peces cagan. Siempre fue así y así seguirá siendo. Lo mejor que podemos
hacer es usar estas experiencias para valorar más los momentos de dicha.
Valorar el poder ir caminando todos los días a trabajar, sin un dolor en el
tobillo. Valorar poder explorar los corales sin ser cagado por los peces. Solo
el que prueba un trago amargo cada tanto, sabe apreciar mejor lo dulce!