sábado, 4 de agosto de 2012

del trabajo en la isla y la fábula del pez


Dios le da pan al que  tiene dientes…y le da tuco al que no tiene pan. Dos semanas atrás comenzaba a trabajar en uno de los mejores trabajos que he tenido en mi vida. Hoy, mientras escribo estas líneas, me encuentro de  “licencia médica”, sentado en la cama de mi habitación, con la pierna elevada para bajar la presión que los fluidos ejercen sobre mi hinchado y dolorido tobillo. Y todo comenzaría tan solo dos días atrás…

Me levante por la mañana desayune un mix de cereales con yogur y fruta, me puse el uniforme del trabajo y me fui caminando despacito, por la verada del sol, escuchando música; hasta llegar al muelle donde me encontraría con mis compañeros de trabajo, todos aguardando la subida del último turista al ferry  que representa la luz verde para abordar a quienes trabajamos en la isla.

Subí al ferry, me serví un buen café caliente con leche, tome un par de masitas dulces de la canasta y me busque un buen asiento.  Quince minutos después, mi cerebro se adormentaba con el leve balanceo del bote contra las aguas del océano tropical,  sumado a la tenue vibración del motor. Mis parpados se cierran en esa misma línea del paisaje donde los verdes morros de tierra firme se encuentran con el constante océano que le baña los pies. Al caer en el mundo de los sueños comienzo a sufrir una pesadilla: estoy en una gran ciudad, enorme, donde casi me puedo sentir alguien. Soy un punto imperceptible. Me levanto temprano, muy temprano y tengo que correr para llegar a algún lado, no sé exactamente a donde, pero al igual que el conejo de Alicia sé que estoy llegando tarde, siempre se hace tarde en la ciudad. Corro por las calles de esta gran urbe. Es gris, sucia y está abarrotada de gente. Gente respirando hollín y llorando alquitrán. Busco el sol, no lo encuentro. Corro aun mas, me subo a un tren, luego a un subte, luego a un colectivo y finalmente corro un poco más. Empiezo a quedarme sin aire, los edificios crecen alrededor mío, tan grises como el cemento del suelo, como las personas a mi alrededor, como el cielo que nos cubre. Busco una salida, no la encuentro. Me queda poco aire. Un vendedor ambulante me ofrece un frasco con “aire puro” a muy buen precio, me dice que me apure, mañana podría costar el doble. Busco mi billetera, no la tengo. ¿me robaron?. Veo mis manos vacías, arrugarse y envejecer en cuestión de segundos, me encorvo, mi cabello se vuelve blanco y comienza a caerse, me encorvo aun mas hasta tocar el suelo con las manos. La gente, siempre llegando tarde, comienza a caminar sobre mi. Y asi, rápidamente y sin darme cuenta, mi gris se funde con el del suelo, con el de las paredes, con el del todo.

Abro lo ojos. Llegamos! La isla es verde y pura, bañada por el sol. El mar, totalmente transparente, ya no esconde sus tesoros, es mas lo expone a los maravillados transeúntes que caminan por el muelle.  El coral, los coloridos peces y las simpáticas tortugas nos miran desde abajo, distorsionados por ese eterno cielo de agua ondulante. Llego a tierra y esquivo algunas palmeras, tan arqueadas como las sonrisas de mis colegas diciendo “good morning!” y finalmente llego al bar.


Comienzo con las tareas de apertura del bar: pongo el cambio en la caja, hago 4 o 5 cafés para calentar la maquina, reemplazo las tapas de las botellas de los licores por picos vertedores, corto algunos gajos de limas para las coronas y deshojo algunas ramas de menta para los mojitos.

La primera camada suelen ser los empleados de la isla, que llegan con la mejor onda a pedir su “café con descuento” de la mañana. Uno se va acostumbrando y empieza a asociar los cafés con las caras: Mike: latte half strenght, Sheila: capuccino double shot, Jenn: americano strnog, etc.

Luego vienen oleadas aleatorias o clientes aislados.  Antes del medio día por lo general café, después de las doce cerveza y cocktails. La hora pico es antes de irnos, entre las 15:00 y las 16:00. Donde todos vuelven de la playa, de bucear o de hacer snorkel y quieren relajarse con un refrescante trago antes de tomarse el ultimo barco que deja la isla, el de las 16:30.

Todo parcia otro agradable día de trabajo en el paraíso, cuando sentí la molestia. Leve, nada de qué preocuparse. Una pequeña molestia en el tobillo. Como con las ganas de mear, con el pasar de las horas, la molestia devino en malestar y el malestar en dolor. Con el dolor decidí prestar atención a la zona afectada: mi tobillo se veía rojo y tres veces del tamaño de uno normal. Se me hace difícil caminar en un principio y luego me encuentro haciendo un gran esfuerzo por estar en pie. Lo más preocupante de todo es el motivo, ya que no había sufrido de torcedura o golpe alguno.

Andrew mi manager se dio cuenta de la situación y me indico hacer reposo.
_ Si mañana no estás mejor te llevamos a un doctor.
Al día siguiente amanecí igual. Andrew me consiguió unas muletas (hubiese preferido unas mulatas) para ayudarme a caminar hasta el ferry y me saco un turno en el consultorio más cercano al muelle, en la ciudad.

Tras un leve vistazo y un tanteo de los ganglios linfáticos, el doctor, hombre de pocas palabras) diagnostico sin dudarlo: “infección severa de celulitis”. Para vos gil que crees que la celulitis son solo los pozos que se les hacen a las minas en las piernas te dejo el link de wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Celulitis

Inyección en el orto y antibióticos para toda una semana de reposo y me despedí del doctor.



Algunos días atrás fue mi primer franco en la isla. Como empleado del resort use mi beneficio de excursiones gratuitas a la barrera de coral, que incluyen transporte, equipo de buceo o snorkel y almuerzo. Mientras recorría lentamente la belleza y la diversidad de la barrera de coral más grande del mundo, centre mi atención en un pez relativamente grande y colorido. Mi ignorancia me impide aportar el dato de su nombre, pero me aventure a seguirlo por unos minutos. Se desplazaba lentamente y con gracia. Su colorida fisionomía lo hacia un espectáculo magnifico de ver. Tanta belleza…Entonces, ascendió algunos centímetros hacia la superficie, y quedo a un brazo de distancia de mi cara. Podía apreciar más aun su gran tamaño, su belleza, sus colores, su respiración, sus movimientos; cuando de repente dejo salir por el culo una catarata de mierda,  que para mi sorpresa me di cuenta que no solo no se hundía sino que ascendía. Comencé a aletear y patalear intentado alejarme, pero ya era demasiado tarde: me había cagado un pez.


¿Cual es la moraleja? mmm no estoy seguro de que halla una. Mejor preguntarse: ¿Que aprendimos de las dos experiencias ocurridas en la última semana? Bueno lo que yo saque en limpio, es que sin importar que bien estén yendo las cosas, o que agradable sea una situación, siempre es esperable un poco de mala fortuna. No hay que tomárselo como algo personal, o como un gran acontecimiento, sino como que estas cosas pasan: los tobillos se infectan y los peces cagan. Siempre fue así y así seguirá siendo. Lo mejor que podemos hacer es usar estas experiencias para valorar más los momentos de dicha. Valorar el poder ir caminando todos los días a trabajar, sin un dolor en el tobillo. Valorar poder explorar los corales sin ser cagado por los peces. Solo el que prueba un trago amargo cada tanto, sabe apreciar mejor lo dulce!