jueves, 1 de marzo de 2012

Diario de un viaje express

Diario de un viaje express

DIA CERO:

“La felicidad es plena solo cuando es compartida” talló sobre un pedazo de madera Christopher Jhonsons Mc Candless el 18 de agosto de 1992, antes de morir en soledad en una remota y aislada región de Alaska, al comer por equivocación raíces de una variedad de planta venenosa, tras varios años de vivir como un ermitaño/nómade alejado de la sociedad. Sin llegar a tal extremo, en mi corta experiencia como viajante he aprendido, entre otras cosas, que uno de los factores más importantes que hacen de un viaje cualquiera una experiencia inolvidable son las relaciones humanas que se generan durante el mismo. La gente que se conoce, los amigos que se hacen y como se comparte con ellos lo vivido.

Es quizás por este motivo que los días anteriores a comenzar este viaje a un destino asilado como la Isla Sur y solo; no me generaban un estado de ansiedad, por lo contrario podría decirse que una parte de mi prefería quedarse en la seguridad de la rutina de Rotorua. Pero el bicho de la curiosidad deja una picadura que, si tenés suerte, pica fuerte y por mucho tiempo.

En este estado de indecisión se dieron los escasos preparativos del viaje que consistieron básicamente en el día anterior a mi partida ir al super a comprar fideos, arroz unas barritas de cereales, una botella de agua y pedirle prestada la bolsa de dormir a Javi. Ni boleto de colectivo, ni reservaciones de hoteles, ni equipo de camping.

El domingo a la noche atendí casi con nostalgia los pocos clientes que eligieron “Solace” para cenar. Me despedí de mis compañeros de trabajo y dejé (¿para siempre?) el rubro gastronómico que me dio buen dinero con poco esfuerzo y me permitió viajar tanto durante el 2011.


DIA UNO:

Siempre que hay una despedida, hay una fiesta. Siempre que hay una fiesta, uno se levanta tarde. El pasado lunes 27 de febrero no fue la excepción. Empaque todas mis posesiones (que entran en una valija de 90L), y le pedí a Lis Ane (mi aria compañera de cuarto) que me la cuidara hasta que volviera. En la espalda me llevaba un equipaje liviano: poca agua, poca comida y poca ropa.

Sin mucho plan, como mencioné antes, simplemente empecé a caminar rumbo Sur alrededor del medio día. Unos 6 kilómetros ya a las afueras de la ciudad, voltee mi espalda al sur y levante el pulgar de mi mano izquierda. El objetivo: llegar a Wellington a la tardecita para buscar un hostel, pasar la noche y al día siguiente cruzar a la Isla Sur con el ferri.

No habían pasado más de 10 minutos que una Van medio oscura se detuvo y abrió la puerta corrediza en un claro gesto de invitación a subir. Asome la cabeza para ver donde dejaba la mochila y me encontré con un ambiente un tanto turbio: gigantescos maoríes con cara de pocos amigos, saludaron con desconfianza y mirada torva.

Entre todos los hombres, ásperos y de pocas palabras; se encontraba al volante la única mujer dentro de la camioneta. Una vieja maorí muy simpática y locuaz. La misma me dijo que iban de Rotorua a trabajar a una fabrica que queda a mitad de camino con Taupo. Que si me servía me dejaban ahí. Cualquier cosa que me acercase al Sur me venía bien, así que acepte.

Tras un viaje quizás un tanto tenso, donde la conversación brillo por su ausencia, me dejaron justo debajo del cartel que decía: Taupo 40km. Sabiendo que Taupo es la primer ciudad después de Rotorua, y que estas quedan 80km una de la otra; caí en la cruda realidad de que eran la 1 de la tarde de mi primer día de viaje y no me había alejado ni 50km de Rotorua. Todavía me quedaban unas 6 horas de viaje, suponiendo que encontrase alguien que fuese derecho hasta el centro de Wellington y sin paradas.

Siempre hay que pensar que cualquier situación de la vida podría ser peor mediante dos factores: si está lloviendo y si Racing va ultimo en la tabla. Por suerte no llovía… Así que puse mi mejor sonrisa, el pulgar arriba una vez mas y agradecí que era un hermoso día soleado.

Unos 45 minutos después, la realidad golpeo de nuevo. Los autos me pasaban como cabaret en quiebra (echando putas), pero ninguno paraba y ya me estaban saliendo raíces. Me vi en un futuro cercano sacando la bolsa de dormir con las últimas gotas de sol y pasando la noche al costado de la ruta, sin carpa, con el estomago vacio y despertándome al otro día a la mañana con la temperatura corporal al mismo nivel que la escarcha del pasto.

Cuando el ánimo empezaba a abrazar la indignación, fue que se detuvo un Holden negro azabache. A esta altura me subía por más que el conductor sea un violador, asesino serial que además halla comido guiso de portos al medio día y me diga que las ventanillas del auto no andan. Eran dos: Sam de aspecto bonachón, alto, corpulento, polo negro enrulado y piel tirando a oscura; le calculaba unos 50 y pico años a un perfil con una cierta descendencia maorí. Su hijo Josh de 22 años, charlatan, también de aspecto bonachón tirando a Shaggi de Scooby Doo; alto, flaco, blanco, gran dentadura, ojos claros y pelo tirando a rubio dejaba en claro que la esposa de Sam era la típica neocelandesa de descendencia inglesa o que Sam se había comprado un auto con ventana en el techo para que le asomen los cuernos.

Sam: Vas para Taupo? Subi que te llevamos!
Yo: mil gracias por parar! Si, en realidad voy hasta Wellington, pero por algo tengo que empezar.
Josh: A Wellington?! Nosotros también vamos para allá. Si no te molesta que paremos 10 minutos en Taupo a saludar a mi abuelo, estas más que invitado a venir hasta Welli con nosotros!

Casi se me pianta un lagrimón! Todas esas nubes de malos pensamientos en los que me veía venir pasar la noche en la ruta cagado de frio, se disiparon con un suspiro de la atolondrada vos de Josh.

Ya llegando a Taupo, me entro la paranoia. La eterna paranoia de haberme criado en Argentina. ¿y si me están llevando a algún lugar medio raro? ¿y si planean drogarme y robarme los órganos? ¿y si me llevan a una casa y me roban la mochila con los fideos y el arroz?.

Todo lo contrario llegamos a una casa bellísima, sobre una colina que deba de lleno al lago Taupo. El padre de Sam de más clara descendencia maorí (pero ese tipo de maorí que se occidentalizo hace rato) nos recibió entre sonrisas y chistes. Una buena onda increíble para los años que tenia encima. Destacable anfitrión preparo café o té a pedido y convido con muffins y croissants en abundancia para todos. Durante los 20 minutos que estuvimos ahí me trato como un nieto mas.

Seguimos viaje en la comodidad de los amplios interiores del Holden con tapizados de cuero y el aire acondicionado a la temperatura ideal. Escuchando buena música y charlando de todo un poco. Los locales mostraron gran interés y conocimiento previo de Argentina.

Llegando al atardecer me estaba cagando de hambre. Sabia que tenía un sándwich de salamín y queso re aplastado en la mochila, pero sentía que sería un abuso de confianza ponerme a comer el oloroso sándwich en el asiento de atrás, tirando migas sobre el vehículo ajeno que presentaba excelente estado de pulcritud. El tema es que cuando el hambre aprieta se caen los códigos…Estos pensamientos cruzaban mi mente cuando Sam exclamo: me estoy muriendo de hambre! Mariano, te gusta mc dondalds?
Yo: Si…”me encanta” (cuack!)
Sam: bueno, en la próxima ciudad paramos y te pedís el combo que quieras, yo invito!

Típica discusión en el medio de “pago yo, pago yo”, cedí rápidamente y me clave un Doble cuarto de libra.

Ya llegando a Wellington, Sam me dijo que en realidad no iban hasta la Capital, sino hasta Porirua, una ciudad a unos 20 km antes de Welli. Pero que le dijera la dirección exacta del hostel al que iba y que me llevaban.

Sabiendo que era perder el tiempo discutirle que me deje donde fuese que iban ellos y de ahí me arreglaba solo, le escribí a una amiga que está viviendo en el centro para que me dijera la dirección del hostel donde paraba. Si les llegaba a decir que no tenia ningún hotel reservado por ahí hasta me pagaban una pieza en el de ellos en Porirua.

Eran casi las 9 de la noche cuando me dejaron en la puerta del hostel. Les dije la mayor cantidad de palabras de agradecimiento posibles que se me ocurrieron en ingles y nos despedimos.
Reencuentro en el George´s backpakers hostel, con Ceci,una Argentina muy piola que había conocido en Rotorua aproximadamente un mes atrás. Charla, cena y a la cama.


DIA 2

Me levante alrededor de las 9am. Ducha de por medio me fui a desayunar y use la conexión de internet del hostel para sacar el pasaje del ferri. Saque mi boleto para el horario de las 2am del día siguiente. Sabía que iba a estar despierto hasta tarde y viajando de noche me ahorraba una noche de acomodación, mas la ventaja de llegar temprano en la mañana a una ciudad.

Camine todo Wellington: el centro, la costanera, el puerto, el museo. Ya había estado allí antes. Es una ciudad bellísima. Tamaño ideal, limpia, llena de vida; hermosa arquitectura de edificios neocoloniales y pintorescos dispuestos irregularmente y mezclados con intervenciones urbanas modernas, pequeñas plazoletas, puentes, parques y plazas. Varios cafés y bares de fachada antigua contrastando con modernos edificios de mediana altura aquí y allá. Armonía en lo ecléctico. De lo más destacable el museo Te Papa, muy interactivo y diverso.

Me preocupaba un poco la llegada a Picton (isla Sur) a la mañana del día siguiente. ¿Por dónde seguiría bajando? ¿Este? ¿Oeste? ¿Centro? ¿Y si llovía todo el día? ¿Me levantaría alguien si me ponía a hacer dedo? Sabiendo que solo el 25% de la población neozelandesa vive en la Isla Sur, existe un 75% menos de posibilidades de que alguien te levante…

La comodidad del lujo burgués, que ha tantos románticos a convertido, le gano la pulseada al sueño de la aventura hippie. Y compre por internet un pase que me permite ir a 5 destinos que quiera en bondi por $150. Sinceramente hubiese preferido seguir con el dedo, aún más después de tan positiva primera experiencia de Rotorua a Wellington; pero tengo a mi acecho al peor enemigo en la historia del hombre: el tiempo.

Cruce el centro de Wellington en la fría y solitaria noche, sin escuchar mayor sonido que el de mis propios pasos y los semáforos cambiando inútilmente sus luces. Llegué a la estación de ferri y aborde a la 1am. Muy poca gente viaja en el servicio de la madrugada, por lo que me busque el más grande y cómodo sillón de todo el barco, me puse los auriculares y antes de que las turbinas comenzaran a impulsarnos lejos de tierra firme, ya me había perdido en el mundo de los sueños.


DIA 3

Llegamos a Picton a las 6am. Baje del ferri y un servicio gratuito de transporte perteneciente a la misma compañía del crucero me dejo en el centro, donde escapando del frío matinal, entré rápidamente al único café abierto del pueblo. Me acomodé en una mesa junto a la estufa a leña, pedí un café latte y escribí algunas palabras del presente escrito.

Picton es un pueblo de menos de 5000 habitantes. Sus casitas se ubican sobre el valle montañoso que baja rápidamente para encontrarse con el mar. Es en este encuentro que se ubica el puerto, de gran importancia turística y comercial.

Había finalmente decidido bajar por la costa Este hasta Christchurch y desde allí a Queenstown. Como mi autobús salía a la 1pm, utilice mi mañana para hacer un treking de 2hs ida y otras tantas de vuelta hasta la cima de uno de los fiordos que rodea el pueblo. Hasta el punto panorámico Queen Charlotte, desde donde tuve una fantástica vista de águila del pueblo, las montañas y el ferri que me trajo, partiendo en sentido inverso, en el servicio de las 10am.

Llegue a Christchurch a las 6pm y busque un hostel.

No hay mejor lugar para hacer amigos que un hostel. Me prepare un café y no había terminado de tomarlo que ya había entablado relación con un gringo, una holandesa, dos franceses y una argentina. Vimos una peli en el hostel y después salimos a tomar una birra.

Ya había estado anteriormente en Christchurch. Es una ciudad que por lo que cuentan los que la conocieron en su esplendor, fue muy bella y alegre. Hoy en día, un año después de los terremotos, es un lugar con una vibra muy negativa y deprimente desde lo energético. Desde lo visual: edificios parcial y completamente destruidos. En el centro pueden verse tras las vallas de construcción los restos de lo que fue la catedral, con su imponente aguja de la cúpula principal tirada sobre un costado entre ladrillos y restos de los vitrales. Por las calles irregularmente agrietadas calles, gente que vive eternamente atormentada por los pequeños temblores y bajo la constate amenaza de un nuevo terremoto. Gente que lo perdió todo, sus familiares o amigos, sus negocios, sus casas…

Empezaba a llover, cuando volvimos al hostel, me despedí y me fui a dormir, escuchando la lluvia caer sobre lo que esperaba fuese un suelo sin temblores.